jueves, 19 de marzo de 2009

Política pequeña

El Abat Oliva fue famoso personaje de la edad media catalana que instituyó la sagrera, un espacio sagrado en la linde de las iglesias que servía de refugio a los campesinos perseguidos por los señores. Las guerras entre éstos eran frecuentes y el Abat halló el modo de regularlas o detenerlas mediante un pacto con los nobles que se llamó de Pau y Treva.
Los centros de enseñanza, hasta ahora, cumplían una función parecida. Lugares de remanso, aislados y protegidos de los conflictos sociales. Los jóvenes alborotados por la edad, con orígenes sociales diversos entraban en un lugar de socialización donde se les educaba en el arte de crecer resolviendo conflictos. El arma para resolverlos se llamaba enseñanza: ésta les proporcionaba los útiles para adiestrarse en el manejo de la realidad.

De un tiempo a esta parte, esa sagrera se está viniendo abajo. Un ejemplo. Es normal que los chavales disputen entre ellos, menos normal que sus familiares se entrometan para defender a unos o a otros. Lo aberrante es que entren en colegios e institutos persiguiendo a supuestos ofensores. Una madre, con su hijo de la mano, entraba ayer en un IES del Prat de Llobregat, con la excusa de ver al psicopedagogo, para perseguir a un chaval escaleras arriba hasta el aula donde comenzaba la clase. Apartó de un manotazo a la profesora y se abalanzó sobre el chaval y le agredió, sin atender a razones, normas, sin respetar a la profesora o a los alumnos que contemplaban su performance.

Pero no son estos casos particulares los que hunden el prestigio y la autoridad del centro y del profesor. Son las autoridades educativas con su política pequeña las que contribuyen a la destrucción de la sagrera. Cuando los tiempos exigen un gran esfuerzo de adaptación del sistema educativo a los nuevos tiempos, un ambicioso proyecto que informatice las aulas, que planifique la formación de los profesores en las TIC, que devuelva a la formación profesional su capacidad para formar a los alumnos aburridos en las aulas y a éstos capacitados para enfrentarse a los nuevos retos laborales, a las autoridades sólo se les ocurre ampliar las jornadas lectivas y el curso escolar, convertir a los profesores en cuidadores, válidos para todo menos para ser profesionales de la enseñanza, cuando todo esos cambios, si son necesarios, deberían estar en función del gran esfuerzo innovador que la sociedad requiere y no ser un objetivo en si mismos.
Por eso hoy, hacemos esta huelga.

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