martes, 9 de marzo de 2010

Nosotros éramos responsables de nuestro propio destino

Hay y ha habido sistemas educativos diferentes. Unos han querido forjar el carácter, otros han buscado la integración social. Muchos se han propuesto promover la igualdad. Hubo un tiempo y una época tan distintos de los nuestros (Nueva York, 1939):
El colegio, Horace Mann, estaba en Riverdale, una zona residencial al norte de la ciudad. El ambiente era esencialmente anglosajón, sólo había chicos, y la ética predominante consistía en que nosotros éramos responsables de nuestro propio destino y de cumplir nuestras obligaciones con la sociedad. No se apreciaba en absoluto el determinismo de Büchner o Ibsen, la doctrina en que las acciones se basan en causas irresistibles. No éramos aquello en lo que nos convertían fuerzas desconocidas, sino, por el contrario, lo que hacíamos de nosotros mismos. Por las mañanas, en el auditorio, cantábamos Hombres de Harlech -"¿Labrarás tu nombre en la historia?"- y, como el colegio estaba adscrito a Columbia, Ruge, león, ruge.
Cuál era el efecto de esto, no lo sé. Yo era un estudiante aceptable y un deportista rezagado, desconocido en la pista de atletismo y suplente en el equipo de fútbol. Recuerdo una juventud de amistades, sin temores, pese a que en Europa ya había empezado la guerra.
(James Salter, Quemar los días. Libro de memorias).

No hay comentarios: