miércoles, 10 de marzo de 2010

El viejo método a veces funciona

Un ligero estímulo, el periplo de Alejandro. 26 folios de una vida breve, uno para cada alumno. Cada alumno buscando una anécdota, un hecho, una idea, una opinión, una huella. El chisporroteo en las mentes de doce años, el buceo en el pasado, lo que hizo y lo que de él se ha dicho, el movimiento, la agitación de la inteligencia.

Cada grupo es un mundo y la dinámica que en él se establece difiere de cualquier otro. Yo hablo de añadas, tan sensibles a la intensidad lumínica, a la lluvia que se precipita en el momento preciso, al viento, a las heladas. Encontrar un grupo en el que los líderes de la clase sean los alumnos en los que ha prendido la avidez es cosa extraña, pero a veces sucede. Un grupo en el que el profe tiene que detener a los alumnos que se pelean por obtener la mejor nota porque zahieren a los más torpes o perezosos o vagos o con peor suerte o más desatendidos. Es un chutazo para el profe un grupo así, como venido del pasado, donde la calificación de un mero ejercicio de clase es mirada con lupa, donde los alumnos cantan victoria por un mero signo positivo en el cuaderno de ejercicios.

Quizá tenga razón Roger Schank cuando dice que la escuela está muerta, que la enseñanza con las nuevas tecnologías está por construir, que la vieja dinámica entre el profe que enseña y los alumnos que escuchan, escriben o cabecean está muerta. Probablemente tiene razón, pero el viejo método a veces, muy raras veces, funciona y el día en que todos los alumnos se ponen a preguntar sin descanso y el profe no da abasto para tanta sed, ese día es un acontecimiento.

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