viernes, 4 de marzo de 2011

Educación espartana

Entre los siete y los dieciocho años los chicos espartanos estaban bajo la tutela del Estado. Arrebatados a los padres comenzaba una dura educación que a ellos habría de convertirlos en guerreros y a ellas en mujeres listas para la crianza. A unos y otras se les enseñaba a leer y escribir. Antes de comenzar su educación pasaban por el santuario de Artemisa, la "señora de las bestias salvajes", para que viesen lo que no se esperaba de ellos. En las paredes del templo colgaban a un lado máscaras disformes y grotescas, de mirada estúpida y con la boca abierta, con gritos de dolor o de barbarie, con muecas o como arpías deformes y desdentadas. Enfrente, por el contrario, otras máscaras de jóvenes imberbes y soldados avejentados de trazo heroico les infundían coraje.

La disciplina impuesta por el legislador Licurgo era inflexible, orientada a formar héroes de una raza superior, una máquina de matar en combate. Esparta era una sociedad dominada por ancianos, la gerusía, que eran quienes vigilaban que se cumpliesen las reglas. Si juzgaban que un recién nacido era enfermizo o deforme ordenaban su ejecución inmediata. Un barranco, bajo un camino que bordeaba la montaña, era el lugar donde se ejecutaba el infanticidio, mediante un ritual al que debían acudir el resto de los niños.

Entregado al estado, el joven espartano comenzaba la agogé, un entrenamiento que tenía como fin aplastar la individualidad y fomentar la disciplina, la resistencia y la impasibilidad. Recibía, además de latigazos para probar su resistencia, escasas raciones de comida para que como un zorro robase en las granjas vecinas lo que le faltase. En verano y en invierno vestía una única túnica e iba descalzo, aprendía a expresarse con las mínimas palabras (laconismo) y era sometido a competición continua con sus compañeros. Se le hacía desnudar en público, delante de chicas, y a partir de los doce años podía seducir y ser seducido, sin poder evitar aceptar un amante. La dureza del entrenamiento estaba en relación directa con la belleza física.

La agogé culminaba cuando a los mejores se les enviaba a la montaña armados con tan sólo una daga. Debían demostrar que podían vivir solos, con lo que pudiesen tomar de la tierra. Pero había más. Pasando al otro lado de la montaña, debían llegar hasta la llanura de Mesenia, una región colonizada por Esparta, y durante la noche, sin hacer ruido, debían matar a uno de los esclavos que allí trabajaban, alguno que se hubiese destacado por su rebeldía, que pudiese poner en peligro el sistema espartano. Ese era el rito iniciático, el momento en que el joven conocía el secreto que le permitía formar parte de aquella sociedad de hombres de hierro. Aunque sólo a los treinta años podría acceder a un cargo, casarse o tener su propia casa. Mientras, se le obligaba a escapar del cuartel para copular con prisa como un animal. El mayor honor se concedía a tres graduados de cada promoción, eran nombrados comandantes de caballería, lo que les daba derecho a elegir a cien de sus compañeros como miembros del hippeis, un escuadrón de élite, que servía en combate como guardia del rey. (Información sacada de Tom Holland, Fuego persa, ed, Planeta, 2007)

Hay que hacer una salvedad importante. Los espartanos no se entretenían en escribir su propia historia. Así que lo que sabemos lo sabemos por sus enemigos.

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