martes, 21 de junio de 2011

Enseñar ciencias

Escribe Muñoz Molina:
De todos los estudiantes universitarios solo el 6% elige la física, la química, las matemáticas, la biología. Cientos, miles, quizás decenas de miles, de aspirantes a periodistas, mientras en una facultad de físicas hay menos de dos alumnos por profesor; cientos o miles de sociólogos, de politólogos, de comunicólogos, que casi lo mismo podrían ser teólogos o astrólogos, aunque su futuro profesional sea mucho más sombrío que el de los echadores de cartas.
Un nuevo éxito de las políticas educativas de nuestro país. Mal de muchos, consuelo de tontos: algunos literatos inocentes piensan que la historia de la literatura o la del arte están en decadencia porque una sociedad utilitarista no valore esos saberes de tan escaso interés práctico. Pues no: los otros saberes también se encuentran en ruinas. Uno casi se resignaría a que un estudiante pasara por el Instituto y por la Universidad sin entender un poema de Garcilaso o un cuadro de Velázquez, si al menos hubiera adquirido una gran formación matemática o científica. Hay formas diversas de ejercer la inteligencia y la imaginación y de fijarse en el mundo, y no requiere menos sutileza comprender la segunda ley de la termodinámica que una metáfora de Góngora. Pero parece ser que cuantos más saberes dudosos o del todo fantásticos se conceden a sí mismos la categoría de ciencias más vacías se quedan las aulas en las que se imparte el sólido y anticuado conocimiento científico o se enseña y se pone en práctica el método experimental.

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