En este instituto donde trasiego o me trasiegan se hacen
guardias de patio. Se vigila a los chicos de la ESO para que no salten las vallas y se vayan a la
calle. Ya se sabe que desde hace unos años los profesores estamos supliendo
nuestra función principal por otra más cercana a la de vigilantes y seguratas. A un antiguo
director de otro instituto lo llamaban el guardián del calabozo. Pues bien, la
vigilancia la hacemos de dos en dos, como parejas de la guardia civil. El otro
día se me pasó por alto que me tocaba vigilar el patio y me quedé tan ricamente
en el bar leyendo el periódico, función más acorde, claro está, con el antiguo
papel del profesor, la de informarse. Mi compañero de patio, una de esas
personas que siempre está pidiendo perdón por seguir vivo, un individuo que no sabe vivir sin deponerse
ante la autoridad, raudo y presto subió a jefatura, ¿dónde si no?, a decir que
yo no había acudido a cumplir con mis deberes. A la vuelta, me pasé por ese
lugar para comentarle a la subjefa de estudios, nueva en el cargo, siempre absorta
ante el ordenador, pero con las antenas puestas, mi olvido. Y aquí viene la
cosa, la degeneración del presente, el trastorno, la confusión. Me dijo:
“Espero que no se vuelva a repetir”. Nunca antes había oído tal cosa, una
humillación semejante a un compañero de tareas.
viernes, 30 de septiembre de 2011
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