martes, 13 de diciembre de 2011

La escuela neerlandesa del siglo XVII


A comienzos del siglo XVII las Provincias Unidas del Norte se convirtieron en el país más rico de Europa, también en el mas culto, allí se desarrolló el humanismo, aunque con periodos de intolerancia. Allí se refugió, por ejemplo, Descartes, para publicar sus principales libros. Tanta riqueza, cultura y libertad se debió a la ambición de una burguesía que se hizo de oro gracias al comercio de Oriente, en especial con las especias. La Compañía Holandesa de Indias fue la empresa capitalista más potente del siglo XVII. 
            “En los primeros años del siglo XVII, el sistema educativo neerlandés era, con diferencia, el más avanzado de Europa; todas las ciudades y la mayoría de los pueblos disponían de escuelas elementales, y los costes de la escolarización eran sufragados por el Estado. En consecuencia, incluso los hijos de las clases bajas recibían al menos educación general, y los visitantes extranjeros solían maravillarse al descubrir que los sirvientes neerlandeses sabían leer.
            Estas escuelas existían por un motivo muy concreto. Las Provincias Unidas acababan de convertirse al protestantismo y algunas familias neerlandesas todavía practicaban la antigua fe católica. La finalidad principal de las escuelas primarias estatales era formar a nuevas generaciones de calvinistas; en consecuencia el plan de estudios básicos se limitaba a la lectura y el estudio de la Biblia. Las iglesias rivales mantenían centros propios por la misma razón. Aunque se les enseñaba a leer las Escrituras, no a todos los alumnos se les enseñaba a escribir, y los padres que querían que sus hijos supieran hacerlo tenían que pagar cuotas suplementarias. La aritmética se consideraba demasiado avanzada para formar parte de la educación elemental.
            Muchos niños y la mayoría de las niñas abandonaban la escuela a los ocho o los diez años. Los hijos de padres adinerados proseguían sus estudios en alguna de las famosas escuelas latinas de las Provincias Unidas. Esta red de escuelas, que tenía su centro en cada una de las principales ciudades de la república, seleccionaba a varios niños de diez años de edad (nunca a niñas) de las escuelas locales para ingresas en dichos centros, donde recibían una concienzuda educación clásica. En ellos se enseñaba latín y griego y se ofrecía a los chicos una base de caligrafía, filosofía natural y también retórica. Eran, no obstante, mucho más que meros lugares de aprendizaje, pues los directores de las escuelas latinas se enorgullecían de formar a jóvenes humanistas: hombres capaces de mirar más allá de los opresivos límites de la religión contemporánea para abrazar las virtudes y los valores de la antigua Roma. Por consiguiente, mientras en el sistema escolar elemental neerlandés existía para inculcar en los alumnos un rígido calvinismo, los chicos que se graduaban en las escuelas latinas eran exhortados a abandonar los rígidos patrones de la devoción y a pensar por sí mismos.
            Una buena proporción de los frutos de las escuelas latinas acababan convirtiéndose en ministros o médicos. Otros estudiaban derecho o eran formados como burócratas. El resto, los que carecían de aptitudes académicas o bien de la riqueza y la posición social necesarias para contar con una plaza en la universidad, por lo general aprendían alguna de las profesiones más caballerosas.”
(De “La tragedia del Batavia”, de Mike Dash).

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