Escribe en sus Memorias, Jean François Revel:
“No sólo es difícil [dar clases en enseñanza secundaria], sino agotador hasta un grado casi inimaginable para quien no ha ejercido nunca. Yo salía de mis cuatro horas de clase reventado para el resto del día. Este agotamiento de la energía nerviosa, más aún que las preparaciones y las correcciones, justifica las famosas vacaciones del cuerpo de profesores que los demás profesionales coinciden en considerar escandalosamente largas. ¿Las únicas horas de trabajo de un jugador de fútbol son las de los partidos? ¿Las de las representaciones, para un actor? ¿Y esas mismas horas no consumen más energía que las de la mayoría de los oficios?
“Dar clases es hacerse cargo durante nueve meses de la instrucción diaria de un grupo fijo de chicos y chicas sin contentarse con monologar delante de ellos, sino verificando casi cada hora si han asimilado o no lo que uno tenía la obligación de enseñarles. (…) Dar clase a lumnos no consiste sólo en interesarlos, sino en hacerlos trabajar y, si es necesario, obligarlos a ello. La ciencia y la paciencia del profesor pueden recorrer la mitad del camino para ir al encuentro del alumno, pero no pueden sustituir el esfuerzo inherente al acto de aprender. Nunca y hasta el fin de los tiempos ha habido ni habrá resultados en la educación a no ser que la otra mitad del camino sea recorrida por la curiosidad y la voluntad del alumno, cuyo interés podemos suscitar, pero cuya ausencia no podemos paliar. Es una estupidez demagógica proclamar que esta pasión siempre es innata. Exigirla, obtenerla, volverla atractiva, en eso consiste también el talento del pedagogo. Pero por muy entrenado que esté, ese talento nunca sustituirá del todo el tesón personal del aprendiz".
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