lunes, 27 de febrero de 2012

Un colegio de pobres e inmigrantes llegó a ser el mejor

Artículo publicado en El Confidencial por S. McCoy:


“Paddington Academy era de todo menos un colegio. Apenas un 20% de sus alumnos aprobaban los exámenes de reválida de final de ciclo, que incluye materias como Matemáticas y Lengua Inglesa. Había peleas con arma blanca, drogas, las bandas merodeaban el centro, las clases consistían en copiar textos de un libro…”. De este modo arranca Bagehot el reportaje en en el que cuenta en The Economist su experiencia personal en el centro (The Economist, Lessons from a great school, 04-02-2012). “Seis años más tarde, el 69% de los estudiantes aprueban la reválida, por encima de la media nacional, y eso que más de la mitad de ellos carece de recursos para pagarse la comida y dos tercios no tienen el inglés como lengua vernácula (…) Acaba de ser distinguida como ‘destacada’ por la inspección educativa. El lugar impresiona, rezuma optimismo”.
 La clave se encuentra en la autogestión: la conversión desde un modelo estatal a otro individual en el que cada escuela tiene libertad para adaptar sus métodos y profesorado a las necesidades del alumnado, siendo esos dos -personal y procedimiento- los factores críticos en el éxito de Paddington. Así, se buscaron maestros vocacionales, sin horario ni calendario, capaces de adecuarse al difícil contexto familiar y social y de hacer visibles y cercanos a los chicos y chicas los conceptos más abstractos. Y se les dotó de autoridad, tanto disciplinaria –horario, uniformidad, lenguaje- como práctica, con el fin de orientar su labor a la realidad profesional que espera a los estudiantes. Del texto se intuye cómo la suma de las dos llevó a la sustitución de la imposición por la persuasión, del cumplimiento por el convencimiento. Chulo, ¿eh? Hablamos de profesores.
 Un efecto inmediato fue que cada alumno se sintió valorado, siendo ésta una bola que se retroalimenta. Su expectativa personal crece, el nivel de autoexigencia aumenta y, con ella, la de todo el grupo. Prueba de ello es que la asignatura preferida de los alumnos son ahora las matemáticas. ¡Y hasta han pedido que se les imparta astronomía! Se fomenta la competencia como parte esencial de sus vidas del mañana y se les educa en la responsabilidad, entendida en su doble vertiente tanto de tutela de otros alumnos y del material, como de las consecuencias derivadas de determinados actos. Por último, Paddington usa signos externos que permiten suplir con sentido de pertenencia y orgullo escolar el gregarismo callejero con el que los chavales son permanentemente tentados. Hablamos de alumnos.
 Es evidente que un éxito excepcional como éste tiene un efecto inmediato sobre las familias involucradas. El interés del colegio por su situación, en beneficio del estudiante, permite abrir un canal de comunicación que, en el desestructurado entorno en el que Paddington desarrolla su actividad, ayuda a los padres a tomar conciencia de la apuesta individual del colegio, les impele a recuperar el valor de la educación como oportunidad de mejora y provoca que aumenten las facilidades que dan al estudio y la exigencia. Del mismo modo, la mejora educativa de los niños debería tener un efecto inmediato sobre el conjunto de los miembros del hogar, al mudar su nivel de aspiraciones al alza y generar un compromiso social, inexistente previamente en muchos barrios marginales de la periferia. Se cierra así el círculo virtuoso. Hablamos de padres.

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