miércoles, 25 de abril de 2012

Chicos delincuentes


Escribe Elvira Lindo:


 Incluso desde algunas mentes que se consideran a sí mismas progresistas solo cabe una solución para los niños-adolescentes asesinos o ladrones: la cárcel sin fecha de caducidad. A nadie le importa pararse a pensar que la ley del menor falla más que una escopeta de feria, que escasean los medios económicos, que la fiscalía del menor permite que las salidas y entradas de los jóvenes delincuentes se conviertan en un hervidero de periodistas, que los medios sensacionalistas tienen el derecho a espiar en todo momento la nueva vida de los recién liberados, vulnerando así su capacidad para reconstruirla. Pienso en todo eso mientras veo, con el corazón encogido, una película belga de los hermanos Dardenne, El chico de la bicicleta.
 Luis Salvador Carulla, que ha venido a EE UU a recibir en Harvard el Premio Leon Eisenberg, me dice que muy pocas veces ha tenido al otro lado de su mesa un paciente en el que se transparentara la capacidad de matar. Y en cuanto a los niños-jóvenes delincuentes, reflexiona con un espíritu carente de la furia propia de estos tiempos: “No me gustaría estar en la piel de quienes tienen que juzgar sobre su futuro…”. Me contaba el doctor Carulla que en los años setenta era frecuente enviar a individuos con serios problemas de personalidad a trabajar en kibutzim en Israel. El ambiente de trabajo al aire libre, de orden y de estricto cumplimiento de las obligaciones tenía un efecto muy beneficioso en esas mentes desordenadas.
 En El chico de la bicicleta, el niño desolado y furioso por el abandono de su padre vive una suerte de resurrección. Intervienen en ella los asistentes sociales y una mujer que se entrega, con una generosidad que debe tener su origen en una infancia parecida, a la rehabilitación de ese corazón herido. Son temas que en un momento de crisis como vivimos sospecho que no interesan a nadie, salvo, como decía, cuando aparecen en los periódicos salpicados de sangre, y que nos permiten, desde el mundo de los justos, escupir ese insulto que nos quema por dentro. Cadena perpetua, pena de muerte, prisión permanente revisable, y solo de vez en cuando, un reportaje de fondo como el que el otro día aparecía en The New York Times: ¿qué se hace con una población carcelaria envejecida que sufre las mismas enfermedades de los viejos que mueren en libertad? Presos viejos, enfermos de alzhéimer, de demencia senil, de sida, de huesos… Viejos como todos los viejos. Hay veces que pienso que esos ciudadanos cargados de razón desearían que los adolescentes que hoy delinquen se convirtieran en esos ancianos que en países como EE UU mueren entre rejas. A todos esos justos yo les recomendaría que fueran a ver El chico de la bicicleta. El psiquiatra Carulla decía que los cuentos tienen una capacidad de representación que ayudan a entender el mundo. Aunque siempre es más cómodo tener el juicio formado antes que ponerse a pensar. ¡A un español le vas a decir tú que cambie de opinión!

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