jueves, 27 de septiembre de 2012

Ser un buen profesor


           “Siempre, desde la época en la que se había movido a trompicones en las primeras clases de inglés de primero,  se había percatado del abismo existente entre lo que sentía por su asignatura y lo que impartía en clase. Había esperado que el tiempo y al experiencia redujeran ese abismo pero no había sido así. Las cosas que llevaba muy dentro de sí eran profundamente traicionadas cuando hablaba de ellas en sus clases;  lo que estaba más vivo se marchitaba en sus palabras y lo que le emocionaba más se volvía frío al pronunciarlo. Y la conciencia de su insuficiencia le angustiaba tanto que su percepción crecía con normalidad, como si fuera tan parte de él mismo como sus hombros encorvados.
            Pero durante las semanas que Edith pasó en San Luis, cuando daba clases, se encontraba a veces tan abstraído en su asignatura, que se olvidaba de sus limitaciones, de sí mismo, e incluso de los alumnos que tenía enfrente. De vez en cuando se sentía tan arrebatado de entusiasmo que tartamudeaba, gesticulaba e ignoraba los apuntes de clase que normalmente guiaban sus discursos. Al principio le molestaban estos arranques, como si se tomara demasiadas confianzas con su asignatura, y se disculpaba con sus alumnos pero cuando éstos empezaron a reclamarle después de las clases, y cuando sus ejercicios empezaron a revelar indicios de imaginación y el asomo de un amor vacilante, se animaba a hacer aquello a lo que nunca le habían enseñado. El amor a la literatura, al lenguaje, al misterio de la mente y el corazón manifestándose en la nimia, extraña e inesperada combinación de letras y palabras, en la tinta más negra y fría… el amor que había ocultado, como si fuese ilícito y peligroso, empezó a exhibirse, vacilante en un principio, luego con temeridad y finalmente con orgullo".

                        (de Stoner, de John Willimas)

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