Es difícil establecer la fecha de cuando se jodió todo. También es difícil que los que viven en medio del desastre sean conscientes de su magnitud. Todo se ve mejor desde la distancia, sobre todo si el que medita sobre los sucesos del pasado vive rodeado de optimismo.
Ya no se trata sólo de la decadencia de la institución pública de la enseñanza y de la incapacidad de quien tiene las riendas para poner el carro en las roderas, sino que se vea como natural cosas que en tiempos fértiles ni nos platearíamos.
Por ejemplo, esa idea de algunos colegios de Francia y de Inglaterra de premiar a los alumnos que asistan a clase con dinero en efectivo. 8000 euros ofrecen escuelas parisinas a las clases con más asistencia, tomando como ejemplo inverso aquellos castigos ejemplares perversos que castigaban a clases enteras por el mal comportamiento de un alumno. No parece que esa sea la forma de acabar con el fracaso escolar ni de estimular la inteligencia y dinámica de clases. Esas medidas redundan en el aborregamiento general y en el confort obtenido porque sí. Por no hablar de algo peor, la idea que se puede derivar, que se transmita la sensación de que la escuela está comprando a sus alumnos.
jueves, 15 de octubre de 2009
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