Alguien podría pensar que sólo hay nacionalismo allí donde hay una lengua propia, diferente de la general. Estaría equivocado y propablemente empezando un movimiento de defensa. Discuto con algunos compañeros del claustro de profesores. Sale la lengua, pero luego el debate se amplía. Aparecen los tics típicos de quien sosteniendo argumentos oídos en los canales del poder defiende egoísmos propios. Por ejemplo, en esta ciudad que no es Madrid ni Barcelona, se defiende que el AVE llegara hasta el centro, sin soterrar y hasta con pasos a nivel. Ya se sabe, el prestigio de la estación central, el que esté a un paso de casa (¿la casa de quién?). Había otras posibilidades, pero no se contempló el interés general, por ejemplo, si se hubiese optado por sacar la estación fuera de la ciudad y habilitar un corredor accesible a todos los barrios.
Surge el tema de las grandes infraestructuras culturales, que han costado un pastón, su construcción y su mantenimiento. Todo el mundo las sostiene, al servicio de unos pocos. El teatro Real, el Liceo, el Centro Miguel Delibes. Quién quiera puede utilizarlos, dice el que habla en prosa sin saberlo, el nacionalista. Porque nacionalismo es la forma que adopta la defensa del privilegio, en especial de las clases medias que son las que de él obtienen beneficios. Catalulña y Euzkadi contra el resto del Estado, pero también Valladolid contra el resto de Castilla o Mérida o Santiago o Sevilla, el centro acomodado contra la pobre periferia radial. A esos privilegios se les disfraza de muchas formas, algunas de color rojo, otras de azul o verde. Sus defensores tienen las mismas caras, son intercambiables, catalanes en barcelona, vascos en Donosti, castellanos en Valladolid. Si hiciésemos una permuta de sus puestos de trabajo, cambiarían de color, pero seguirían defendiendo los mismos privilegios.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario