El CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica) fue un fracaso sin paliativos, entre otras cosas porque ese curso dedicado a futuros docentes fue confiado a los pedagogos de la universidad. Jamás fue sometido a evaluación por los profesores de secundaria y bachillerato que son los que conocen de qué va la cosa. El ministerio y el clan de los creadores de organigramas y esquemitas -el modo que tienen para enseñar a enseñar- sabían qué la opinión de aquellos que de verdad se dedican a enseñar iba a esr demoledora.
¿Así que qué solución proponen ahora? Dos cucharadas de ricino. Sustituir el quinto año de la carrera específica por un Máster de Formación del Profesorado, un CAP más largo y más caro. Cualquier cosa menos preguntar a los profesores sobre la utilidad de las aulas de formación pedagógica.
Por lo visto, los únicos que saben lo que se necesita en las aulas son los que jamás han pisado un aula. Por lo mismo, los únicos que saben cómo se enseña matemáticas, gramática o historia, son los que no saben ni matemáticas, ni gramática, ni historia (pero son, en cambio, expertos en enseñar a enseñar cómo se aprende a aprender).
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