viernes, 5 de diciembre de 2008

Chascarrillos psicopedagógicos

Parecen chascarrillos pero son cosas de esa hidra que ha ido alargándose con los años y creciendo como ominosa sombra por los techos de los institutos, colegios y escuelas de todo el mundo, gracias a la admiración primero, la aceptación obediente después, la incrédula sorpresa desde hace poco y finalmente el aburrimiento y la impotencia por no saber cómo luchar contra entes tan absurdos e inmateriales como los llamados pedagogía o piscopedagogia o teoría de la educación o cualquiera de esos nombres con que se adornan las proliferantes facultades de la cosa, Ricardo Moreno Castillo, profesor de instituto y autor de De la buena y la mala educación (Los Libros del Lince), lo cuenta en este artículo:

Hay un sesudo pedagogo que afirmó que señalar en color rojo las faltas de un examen era vejatorio para el alumno, y otro, más inteligente todavía, que llegó a decir que los fallos y los errores son una expresión de la creatividad de los niños.
Sé de otro, de la Universidad de Murcia, que impartiendo una conferencia sobre la educación para la salud, dijo que un profesor de física también podía contribuir a este aprendizaje estudiando en clase la elasticidad de los preservativos.
En la Universidad de La Coruña hay quien sostiene que los profesores no entienden el mundo en que viven por culpa de su subconsciente franquista, y en la de Málaga quien afirma que, como los alumnos están colocados en hileras, la comunicación horizontal entre ellos es imposible. Este mismo profesor se lamenta de que el saber, en la escuela, es jerárquico y circula de modo descendente (¿qué tendrá de malo que los conocimientos vayan desde quien los tiene hacia quienes carecen de ellos?).
Otro, éste de la Universidad de Zaragoza, dice que el profesor no debe ser quien detenta la ciencia dentro del aula, ni que su objetivo sea transmitirla a los alumnos (¿quién ha de "detentar" entonces la ciencia dentro del aula?).

Hay un profesor de la Universidad de Valencia que critica a los profesores porque no leemos libros de pedagogía. Esto es una buena noticia: mientras los docentes sigamos reacios a estas necedades, la cosa todavía puede tener solución. Pero lo más grave es que, si no se pone pronto remedio, de estos ignorantes dependerá aún más que hasta ahora la formación de los futuros profesores. Dios nos coja confesados.

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