jueves, 29 de octubre de 2009

Enfermedad y escuela

Enfermedades que antes eran una condena de por vida ahora han dejado de ser un lastre para los individuos y las familias que las padecen, gracias al cambio social e ideológico, por no hablar de los descubrimientos médicos, que la democratización ha impulsado. Está bien que así sea. He tenido la experiencia de alguno de esos casos.
El síndrome de Asperger, por ejemplo, una variante dentro de los trastornos de autismo, se caracteriza por la falta de empatía de quienes lo sufren, una especie de ceguera emocional que les impide reconocer el significado de los gestos corporales que implican comunicación indirecta, no verbal, sobrentendidos, que ocasiona grandes problemas en el aprendizaje y en la relación con los demás a quien los padece. Una película reciente populariza esta enfermedad. El síndrome de descontrol episódico se presenta con llanto, gritos y a veces con conducta agresiva, morder, dar patadas, golpear o con agresividad verbal.

La autoridad, probablemente por la escasez de recursos, coloca a individuos con trastornos complicados en los centros públicos de enseñanza, creyendo que con ello cumple con su elaborado discurso de integración. En realidad, se lava las manos y endosa la responsabilidad a los profesores que no han estudiado medicina, ni neurología, cuyas habilidades como psicólogos no pasan de la aplicación del sentido común y no poseen ninguna acreditación como especialistas en enfermedades raras. Aunque esas situaciones son excepcionales, cuando se dan plantean conflictos en el aula que los profesores no saben cómo resolver.

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