martes, 2 de febrero de 2010

Un profe tropieza y cae

Un profe tropieza con unas mochilas en clase y se cae. Al cabo de unos días explica un ejercicio en la pizarra, a espaldas de los alumnos. Un grupito de tres planea someterlo a una trampa. Por detrás con sus carpetas hacen ruido, lo empujan para para ver si cae mientras el tercer compañero lo graba en un móvil. La dirección considera el incidente como una falta grave -no quedó grabado en la cámara-, los alumnos son expulsados a casa durante una semana.

Nuestra labor como profesores es instructiva, pero también educativa. Todos en fase de formación, en algún caso pequeños salvajes en fase de adiestramiento. De ambas cosas nos considera el Estado y la sociedad responsables. Es evidente que los alumnos en cuestión necesitan ser castigados y que el castigo forma parte de su educación. Un castigo excesivo deja de ser educativo y puede torcer caminos y condenar el aprendizaje, pero uno benigno incumple su función porque puede ser entendido como debilidad y como invitación a seguir por esos derroteros. ¿Dónde está el punto medio? Esa sabiduría la adquiere el profesor con los años y la experiencia. No funcionan las soluciones reglamentistas que consideran todos los incidentes iguales. Hay que modular y responder a los hechos según cada ocasión.

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