jueves, 14 de octubre de 2010

El trabajo de cada día

Se necesita muy poco para que un chaval de trece o catorce años se ponga a trabajar, un poco de atención, una palabra de ánimo, un pequeño elogio. A menudo, se echa en falta el apoyo familiar, el padre o la madre sentados un momento en la mesa de trabajo pegados al hijo que hace los deberes. Hay carencias elementales que sólo se suplen de esa manera. También los profesores, a veces, pueden mostrar una cercanía parecida. Preparar, explicar, atender, dirigir, sugerir, orientar, corregir. Son tareas que se convierten en rutina, sin embargo, de ellas puede depender el anclaje de una vida, su fortaleza, su seguridad. A fuerza de repetir las mismas cosas, puede llegar el momento en que no demos valor a lo que hacemos, pero es la suma de cada uno de nuestros actos, junto a los de los demás, lo que contribuye al bienestar general, a la riqueza de todos. La dura y honrada tarea de cada día, de cada uno de nosotros. Hacer bien el trabajo es la contribución personal a demorar la irreversible tendencia al desorden, al enfriamiento general.

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