Tenemos un problema de una dimensión colosal , dice este columnista, Fernando Vallespín. Y no es el paro, ni la crisis económica. Un tema del que apenas se habla, dice.
Casi nadie parece preocuparse por que los alumnos disfruten de la lectura, se interesen por el mundo que les rodea y adquieran los instrumentos básicos en matemáticas. O, y esto es decisivo, por que los docentes puedan sentir el aliento y la solidaridad de la sociedad por su esfuerzo, que puedan salir de la soledad en la que se encuentran, que se vean reconocidos. El "milagro educativo finés" se sustenta prioritariamente sobre este último aspecto, el haber sabido dotar a los docentes de un prestigio social que se corresponde con su contribución neta al bienestar de la sociedad.
La educación es un tema delicado en una sociedad democrática. El código que la guía es el mérito, un valor que sólo podemos hacer jugar si antes existe una auténtica igualdad de oportunidades. Pero la imprescindible eliminación de las barreras de clase en el acceso a la educación no es óbice para que deje de funcionar el código. Si el mérito y el esfuerzo dejan de ser el criterio para organizar el sistema educativo estamos perdidos.
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