viernes, 29 de enero de 2010

¿Qué deben hacer los padres?

Judith Rich Harris (1938) (El mito de la educación, 1999 Grijalbo).
Siempre hay “expertos” que se ganan la vida aconsejando a los padres, pero los consejos que dan cambian con los años. Yo nací en 1938, una época en la que la paternidad y la maternidad eran muy diferentes de lo que son ahora. Los padres de los años 30 y 40 no se preocupaban de la autoestima de sus hijos: les preocupaba la posibilidad de que prestarles demasiada atención los malcriara y los convirtiera en niños consentidos. Los padres no se preocupaban demasiado por los deberes escolares de sus hijos; ése era el trabajo de los profesores, no el suyo. Y el castigo físico era pura rutina. Los padres desempeñaban sólo un pequeño papel, si lo desempeñaban, en el cuidado de los niños: su principal función era administrar la disciplina. A pesar de los importantes cambios que se han producido recientemente en el papel de los padres, la gente es igual que siempre. A pesar de todo el afecto y la atención que los niños reciben hoy en día, tanto por parte de padres como de madres, no son menos depresivos o demuestran una mayor autoestima que hace años. A pesar del descrédito del castigo físico, no son menos agresivos. Estos hechos son una prueba apabullante de que mi teoría es correcta.



El lenguaje es un buen ejemplo de cómo funciona mi teoría precisamente porque es una característica 100% ambiental. El idioma que hablamos, al igual que nuestro acento, es totalmente ambiental, totalmente aprendido. Nadie hereda una predisposición a hablar español o inglés. Nadie hereda el acento de una región particular o de una clase social determinada. Y cuando te fijas en el lenguaje, se ve exactamente lo que predice mi teoría. Los hijos de los inmigrantes, incluso aunque hablen la lengua de sus padres en casa, utilizan el idioma local fuera de ella. Lo hablan además con el mismo acento que sus coetáneos, sin rastro alguno del acento de sus padres.
Pero para muchas otras características, la herencia juega un rol. Si nos fijamos por ejemplo en la actitud respecto a la política o la religión, encontramos que los niños se parecen a sus padres. Pero eso se debe a que esa característica es, en parte, genética. Bueno, no la actitud en sí, sino la personalidad que conduce a esas actitudes. La existencia de influencias genéticas hace mucho más difícil determinar qué es exactamente lo que está pasando. Hacen falta métodos de investigación especializados para separar el grano de la paja.

 Lo que yo digo no es que los padres tengan menos influencia de lo que se piensan: digo que los padres no tienen ninguna influencia en absoluto en cómo se comportan sus hijos fuera de casa o en su personalidad adulta. Cuando escribía El mito de la educación pensaba que esa posición sería difícil de defender. Pensaba que los psicólogos del desarrollo saldrían con algún tipo de evidencia que yo no podría refutar y que demostraría que los padres tienen al menos una pequeña influencia. Para mi sorpresa, no han conseguido hacerlo. Ha habido muchos estudios e investigaciones, pero todos los que dicen haber encontrado algún tipo de influencia parental tienen algún defecto; su método de investigación muestra siempre algún punto débil. Y los estudios que han utilizado métodos más apropiados apoyan en general mi teoría.


La niñez prepara para la vida adulta, y las personas que tienen éxito no pasan su vida adulta con sus padres. Su futuro es su propia generación. Los niños y los adultos se comportan de manera diferente; para decirlo en términos técnicos, pertenecen a categorías sociales distintas. Esto significa que los niños no pueden aprender a comportarse correctamente imitando a sus padres. Un niño que se comporte como un adulto parecerá bastante anormal.
Los padres tienen una influencia importante en cómo se comportan sus hijos en casa. El trabajo de los padres es darle a sus hijos un hogar seguro y feliz.

La tabla rasa de Steven Pinker, Personality: What Makes You the Way You Are de Daniel Nettle y Mistakes Were Made (but Not by Me) de Carol Tavris y Elliot Aronson. (Los tres libros sobre la naturaleza humana que deberían ser leídos por todo el mundo).

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