miércoles, 19 de mayo de 2010

Construir hombres racionales

El sistema educativo no sólo debe proporcionar a los alumnos una buena formación técnica, instrumental, que en tiempos de crisis tanto se echa en falta, también debe servir para socializar a los individuos, integrarlos en un mundo donde los individuos sólos, salvo excepciones, están condenados. Pero esa socialización no debe ser mera conciencia de pertenencia a una comunidad, sino mostrar los deberes y responsabilidades, además de los derechos, a que está sujeto cada miembro. Durante la última década se ha impuesto en la sociedad y en la escuela un lenguaje falsario, lleno de palabras vacías que el mero hecho de enunciarlas ejercía el milagro de la transformación de la tierra, la economía o la sociedad en lugares paradisiacos. Una especie de religión laica en la que la Tierra se ha convertido en una deidad bifronte, benigna y maligna, que nos premiaba o castigaba dependiendo del reconocimiento de nuestras culpas. El agua, los ríos, los paisajes, los animales, los pueblos antiguos formaban parte de esa mitología con la que se ha contaminado la mente de los niños -y los adultos- provocando en ellos adhesiones o rechazos emocionales por encima de una visión realista de las cosas.

El debate racional convierte a las personas en adultos y ofrece el arma adecuada para analizar las cosas y tomar las decisiones adecuadas, asumiendo las consecuencias de nuestros actos. La sociedad está conformada en buena parte por la calidad de su sistema educativo. Los gustos, las ideas, las formas de vida, las decisiones políticas son en parte hijas de ese sistema. Los efectos devastadores de nuestra educación son visibles por doquier: desde la decoración de nuestra sala de estar a nuestra forma de vestir, desde los programas que aparecen en las parrillas televisivas hasta la forma de organizar el ocio, desde la forma de afrontar las situaciones difíciles hasta la elección de nuestros dirigentes.
El sistema educativo de cada país se ve en primer lugar en el tipo de dirigentes que tiene, si han accedido al poder como resultado de un debate racional en la sociedad o por puro encantamiento. Se ha dado el caso y se da hoy que tras una catástrofe se elija no a quienes puedan suturar el tejido social, sino a quienes hacen las promesas más difíciles de cumplir. La escuela debe convertir a los niños en adultos racionales, conscientes de sus actos, de la responsabilidad que implican, de la trascendencia de sus decisiones políticas. La religión -la eclesiástica y la civil- debe ser desterrada de la escuela laica.

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