martes, 14 de septiembre de 2010

Populismo, autoritarismo, pesimismo

La crisis está transformando nuestra sociedad y no necesariamente para bien. Los síntomas están en el aire, el populismo que comienza a aparecer -promesas sin fundamento, proyecciones sin respaldo factual, chivos expiatorios, es decir, la pendiente argentina-; la improvisación en la toma de decisiones, la amenaza del paro como excusa para la inmovilidad, el descrédito sindical; pero también las acciones concretas que antes no existían. En nuestro campo, el de la enseñanza: el recorte de plantillas y de sueldos, la ampliación de la carga lectiva del profesor, el autoritarismo que antes estaba escondido.

Porque la crisis no va a traer más democracia sino menos. La crisis es una buena excusa para organizar los centros de manera autoritaria; los claustros cada vez tienen menos papel, son viejas instituciones engorrosas que se conservan no para hacer partícipes a todos los profesores de la marcha del centro, sino como lugar de transmisión de órdenes sin contradicción posible. Cada vez hay menos contrapesos a la trasmisión jerárquica de órdenes. Los equipos directivos se convierten en comités directivos que reciben ódenes de la administración y las ejecutan sin debate. Empiezan a ver a sus compañeros profesores como subordinados, empleados y hasta como enemigos. Está por ver si esta nueva reorganización irá en beneficio del sistema educativo o lo acabará de matar. El modelo de dos sistemas -público y privado- que hasta ahora ha funcionado en Europa puede tener los días contados. La desgracia del derrumbe de la enseñanza pública, que ha formado a generaciones de ciudadanos libres y críticos, sobre el que se ha fundado la igualdad de oportunidades, el medro de la clase media y la democracia en general, es paralelo al empobrecimiento económico, el decaímiento cultural y el sometimiento político de esa clase media sobre la que se ha asentado la sociedad europea de las últimas décadas.

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